Fue en el verano del 89 la última vez que Antonio visitó El Mollar, un caserío de turistas de clase media emplazado cerca el dique La Angostura, a pocos kilómetros de Tafí del Valle. Ese año, Antonio, el menor de los Mejail que residían en Buenos Aires viajó desde Florencio Varela para pasar unos días con sus primos tucumanos que tenían una casa de fin de semana en la villa veraniega. La modesta vivienda había sido construida por Ricardo Mejail (tío de Antonio) en un terreno que le compraron a don Cecilio Cruz, nativo del lugar.
Tony llegó a El Mollar el 4 de enero, durante la siesta. Ricardo, acompañado de sus hijos Gonzalo y Exequiel, fue a recibir a su sobrino a la terminal de ómnibus. En el bar Montoya, cada uno almorzó un sandwich de milanesa embebido en aceite. Cuando realizaban los últimos bocados, Tony, quien estaba a punto de cumplir los 16 años, ingresó por la puerta del bar cargando un bolso de andinista. Y de hecho, el adolescente practicaba ese deporte desde hacía dos años. Como era de esperar, Tony, Gonzalo y Exequiel partieron a la mañana siguiente hacia el cerro Ñuñorco. Alcanzar la cima antes del mediodía fue el objetivo trazado. El 5 de enero, a las 6.30 los tres adolescentes comenzaron a trepar. En la puerta de la casa se toparon con don Cecilio Cruz quien les dio una serie de recomendaciones. “Tengan cuidado con la viuda”, lanzó Cecilio y les explicó que se trataba de una mujer ermitaña que vivía en la cima del Ñuñorco. A las 11, cuando los jóvenes empezaban a divisar la cumbre vieron una casita pequeña. Una de sus chimeneas humeaba. Tony se adelantó y corrió hacia la vivienda. Ingresó. Gonzalo y Exequiel lo siguieron. Cuando entraron Tony ya no estaba. La viuda tampoco.